Aqui os dejamos los comentarios enviados por Roberto Vega sobre la TAD 2013.
Muchas gracia Roberto. Estas cosas nos ayudan a continuar mejorando.
Nacho Morales
Parece mentira que se haya acabado.
Mientras participábamos en los prolegómenos mañaneros de Plaza del Olivo, alguien dijo: “Puede ser una carrera dantesca como llueva y sople el Cierzo y nos pille subiendo El Barrancón”.
Pues bien, llovió e hizo frío aunque no sé si fue el Cierzo; sin embargo no lo hizo subiendo San Cristóbal ni fue una carrera dantesca aunque sí épica para todo aquel que estuvo en la Sierra marchando, corriendo, organizando, ayudando y animando.
Los participantes iban ya en fila india desde las vías de San Polo; no hizo falta llegar al murallón de San Cristóbal para tomarnos en serio la prueba. Muy pronto comprobamos las dificultades de la subida: siempre hay quien adelanta y quien es adelantado. Y no fui yo quien tomara aire oteando la nieve del horizonte a pesar de las nubes mientras nos recuperábamos en el falso llano…
Parece hasta mentira que se haya acabado.
Bajando hasta Santa Quiteria o hasta el Duero, si se prefiere, no me preocupaba el descenso; había vivido bajadas espectaculares en Ólvega primero, en El Burgo y Navaleno más tarde, y conozco esta Sierra (no tan exhaustivamente como el Morales, el Casas, el Tejedor, claro está). La conozco como para no temerla y aprovechar mis kilos para sacar provecho descendiendo… El riesgo estaba en los tobillos. Sufrí una torcedura inclasificable antes de llegar a la Peña donde estaba solito José Antonio Negredo. Agradezco el compañerismo montañero de Pablo Bayo, de José Vicente Recio, de José Miguel Martínez y de alguno más cuyo nombre no consigo recordar porque el dolor me hacía ir perdiendo la estela… “No os paréis y seguid”, les respondí.
Incluso sufriendo no quería que se acabara.
Alguien advirtió que el cuerpo humano es la máquina más perfecta, y no se equivocaba. Fuera porque mis Salomon cumplieron su cometido, o porque los tobillos habían sido habituados a la montaña, o porque los dioses querían verme aguantando hasta las dos horitas de carrera, yo continuaba trotando y el dolor se esfumaba… Hago la siguiente advertencia a la Organización para sucesivas ediciones: en Santa Quiteria tiene que haber personal sanitario y doy soluciones: hablad con Enfermería y Fisioterapia que aún las tenemos en el Campus.
¿Por qué se ha acabado lo que parecía mentira?
El gel que comercializa el doctor Blasco es efectivo. Correr por montaña es otra historia. Ya se cernían negros nubarrones sobre Soria. La senda por encima del Patrón nos seguía obligando a ir de uno en uno. Hay que levantar los pies llaneando, hay que saber bajar de talones, hay que tener fuerza subiendo… Éste es el croquis de la Sierra de Santa Ana; la Organización ya se ha encargado de marcar la ruta segura.
Parece mentira que se haya acabado.
El control en las antenas, después de una subida tan interminable como heroica, ya anunciaba viento y lluvia y frío. Iba decidido, espoleado por Evaristo, Pilar Juanas, Blanca Puerta y compañía, pero con precaución. El tobillo no se quejaba y quedaba mucho todavía. Incluso ahora era yo quien adelantaba, ahora era yo quien marcaba el ritmo, ¿verdad Jesús?
La página de resistencia tenía que prolongarse aún un poco más. En el refugio de piedra del Cerro volvíamos a contar con el avituallamiento perfectamente calculado. Se puso a llover, arreció el viento. Bien pudo habérseme jodido el otro tobillo en el descenso mojado y desapacible, a tumba abierta, rumbo a las vías de un tren que ya no existe.
El paso lento en el oxidado Puente de Hierro no se respetó.
Volvió a hacer bueno, creo. La senda paralela al Paseo de San Prudencio, por donde correteábamos también en fila india, estaba anunciado el final de una fiesta siempre joven…
Parece hasta mentira que se haya acabado, os lo digo de veras.
El ascenso al Castillo era la guinda del pastel. La afición parecía divertirse con nuestras caras sonrojadas, desencajadas, sufrientes… Poca afición.
Había que coger ritmillo en la llanura del Castillo. Descender y agradecer de corazón a Maruxa sus aplausos y sus gritos. Descender por el lateral del cementerio para ir cazando, como los buenos lobos (quiero decir, ciclistas), a los que iban por delante. Descender hasta llegar al Espino y mirar a los ojos del Luiyi. Girar, reaccionar, alcanzar a Rocío; descender y azuzar a Cristina Sainz, a su acompañante y a Francisco Peña que había corrido hábilmente; descender en sprint por la calle Caballeros haciendo los gozos de unos marchadores que también llegaban; descender al límite de todo dejando que Inés Morales (y alguien más), finalmente, tomasen nota del dorsal…
Y se acabó.
Por la noche el tobillo izquierdo molestaba lo suyo y ya no podía andar. Pero los espíritus libres de la Montaña saben cómo curar estos desperfectos, ¿no?